MEDELLÍN, COLOMBIA, SURAMERICA No. 286 JULIO DEL AÑO 2022 ISNN 0124-4388
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Una de las consecuencias de la guerra en Ucrania ha sido recordarnos de manera brutal los estrechos, y tristes, vínculos que unen el arte a la política.
Galerías de arte sin cuadros, artistas acusados de propaganda y por tanto, marcados con el sello de persona non grata, conciertos anulados, escritores excluidos de los programas escolares y de las librerías, son apenas algunos de los efectos colaterales de la guerra fratricida que se cierne sobre el Este de Europa. Efectos que, es cierto, comparados con el sufrimiento humano de las ciudades bombardeadas, parecen minúsculos, pero que extienden el campo de batalla hacia horizontes que tendrán un impacto profundo.
Desde la invasión por parte de Rusia, artistas de ese país se han visto obligados a dimitir o a expresarse públicamente, no sólo contra la guerra, sino también contra el presidente Vladímir Putin, sin importar las consecuencias que les puedan llegar desde su país de origen, donde hay penas de hasta quince años de prisión para quienes osen difundir “fakenews” sobre el ejército y la situación en Ucrania.
Es el caso, por ejemplo, de la famosa soprano Anna Netrebko que se presentó en París a principios de mayo, pese al descontento de la embajada ucraniana que aseguró estar “afligida por la disonancia entre la opinión pública francesa que se moviliza en apoyo a Ucrania y la hipocresía del público que se precipita para aplaudir a la soprano del Kremlin”. La Filarmónica de París había decidido mantener el espectáculo de la diva, quien días antes había sido excluida por un tiempo indefinido del prestigioso Metropolitan Opera de Nueva York.
El 30 de marzo, ella había condenado expresamente la guerra en Ucrania, lo que le valió también ser retirada de las presentaciones en su propio país.
Aunque ella nunca ha sido cercana al presidente, se le reprocha haber remitido un cheque a Oleg Tsarev, dirigente ucraniano prorruso. En una entrevista que concedió al periódico francés Le Monde, alega su desinterés por la política y repite que no es culpable de nada, salvo de “no haberse informado más a propósito del Donbass”. Y agrega:
“Se me pidió también que declarara contra Vladímir Putin. Respondí que yo tenía un pasaporte ruso, que él era aún el presidente y que yo no podía pronunciar públicamente esas palabras”.
Con ello, sigue los pasos del reconocido director de orquesta y mentor suyo Valéry Gergiev, éste sí amigo cercano del presidente Putin, en favor de quien se ha pronunciado en varias ocasiones. Gergiev fue removido de su cargo como director de la Filarmónica de Múnich, de Viena, de Rotterdam, de su colaboración con las orquestas de París, de los Champs-Elysées, de la Scala de Milán, y de los festivales de Edinburgo y Praga. Aunque algunos medios, sobre todo Süddeutsche Zeitung, juzgaron la medida abusiva y más bien hipócrita, puesto que las opiniones políticas del director eran conocidas desde la anexión de la Crimea, el silencio en que se ha sumido desde la invasión ha sido tomado como una muestra de complicidad.
Es también el caso de Tugan Sokhiev, exdirector musical de la orquesta de Toulouse y del teatro Bolshói, que ante la solicitud imperiosa de la alcaldía y teniendo a toda su familia en Rusia, prefirió apartarse tanto de una como de otra institución, no sin antes mostrar su rechazo a todo tipo de enfrentamiento bélico y de condenar la triste situación de la música en tiempos de guerra:
“En el curso de los últimos días, he sido testigo de algo que no creía ver nunca en mi vida. En Europa, hoy, se me obliga a escoger una familia musical a despecho de la otra. Se me pide escoger una tradición musical en vez de otra”.
Por otro lado, desde el principio de la invasión varias orquestas, no solo de los países ex comunistas, sino también Suiza, han excluido obras de compositores rusos, considerando que contribuyen a la influencia cultural de Putin. Ha sido el caso de las obras de Prokofiev (Orquesta de Eslovaquia), Chaikovski (orquesta de Zagreb) y de Musorski (orquesta de Varsovia).
Del otro lado del campo, donde las sanciones son más duras, artistas, galeristas, músicos y escritores firman peticiones y las demisiones se multiplican: Elena Kovalskaia, directora del Centro cultural de Moscu, Mindaugas Karbauskis, director del Teatro Maiakovski así como Laurent Hilaire, director de la compañía de ballet del Teatro musical Stanislavski.
De este lado, el rechazo se amplifica y no se contenta con los rusos vivos, sino que se ensaña también con los muertos. Así, el escritor y profesor italiano Paolo Nori afirma que la universidad en que debía dictar un curso sobre la obra de Dostoievski le pidió posponerlo para otro momento con el “fin de evitar toda forma de polémica, sobre todo interna, en este momento de gran tensión.” Aunque la universidad trató de explicarse diciendo que pretendía reemplazar el curso por otro sobre algún autor ucraniano, Nori deplora el hecho de imponer una cultura sobre otra.
En Ucrania, donde muchas de las infraestructuras culturales han sido pulverizadas por la artillería, el sentimiento de rencor contra la cultura del invasor es llevado al extremo. Oleksandra Koval, directora del instituto ucraniano del libro, sugiere que los libros de Dostoievski y de Tolstoi deberían ser retirados de las bibliotecas públicas y escolares como representantes del “germen del mal y del totalitarismo”. El ministerio de la cultura de ese país señaló igualmente que buscará retirar en un primer tiempo las obras de propaganda rusa; en segundo lugar, los libros de autores contemporáneos rusos publicados después de 1991; y, por último, los autores clásicos.
Asimismo, el contexto actual llevó a la filmoteca de Andalucía a retirar de sus salas la película Solaris de Andréi Tarkovski. Poco importó que el autor haya sido un disidente del régimen soviético y que haya muerto en el exilio.
El fotógrafo estoniano y residente en Moscú Alexander Gronsky debía exponer en el festival de fotografía europea en Reggio Emilia y que no pudo puesto que la obra colectiva “Trains in the ice>” dedicada al país invitado (Rusia), fue suspendida. El 27 de febrero, el artista fue detenido al gritar “Detengan la guerra” en una marcha antigubernamental. Al salir de prisión, aseguro que su caso era “un daño colateral inevitable de esta guerra. Y el contexto de la guerra, hoy, es más fuerte que el arte”.
En estos momentos, me viene a la mente una imagen que nunca había entendido. Don Quijote, en medio de su desvarío, antes de sentarse a cenar, sorprende a todos los comensales y los mantiene en vilo con un discurso en el que compara las armas a las letras y en el que juzga superiores a las primeras. Todos se sorprenden, todos admiran su buen juicio. Lastimosamente, cuatrocientos años después, seguimos aplaudiéndolo.
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