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Cuando
decimos que alguien sabe, generalmente nos referimos a conocimiento,
a ciencia, a lo que aprendemos en instituciones formales de
educación, en sitios como la universidad o el instituto,
a ese conjunto de saberes organizados, demostrados, probados.
Por tanto, el conocimiento se entiende como la facultad
consciente o proceso de comprensión que es propio del
pensamiento y de la percepción, incluyendo el entendimiento
y la razón (1). Ese conocimiento formal puede ser
generado de diversas maneras, entre las cuales destacamos la
investigación básica y la aplicada. Por eso se
considera que las ciencias son la manera más fiable para
obtener ese conocimiento (2). |
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Y ese conocimiento
es, y ha sido, nuestra herencia, el producto del saber y del
hacer de nuestros antecesores y maestros, en diferentes épocas
y circunstancias, al que se agrega lo que nosotros logramos
con nuestro quehacer en el presente. Así conformamos
el conocimiento actual, y es lo que aportamos cuando queremos
promocionar la salud, prevenir la enfermedad, o cuando alguien
busca nuestra ayuda porque cree que está enfermo; en
este último caso, es ese conocimiento lo que nos permite
interpretar síntomas, reconocer signos, dar una explicación
y proponer una determinada conducta. |
Pero
esta no es la única forma de saber. Las personas también
pueden adquirir un saber por medio de la experiencia, en nuestro
caso de un padecimiento, una enfermedad o un síntoma
aislado. Este saber está dado por la percepción
que tiene un sujeto de las sensaciones que le llegan por sus
sentidos, las que identifica y almacena en su memoria y a las
que le agrega experiencias previas, concepciones propias, factores
culturales, emocionales y circunstanciales, características
que le dan a ese saber un carácter propio, personal,
individual, todo lo cual le permite a esa persona vivir su enfermedad.
Claro, este no es el conocimiento de que hablábamos al
comienzo, el que podíamos identificar, medir, clasificar,
en resumen, que podíamos objetivar. Este otro conocimiento
es propiedad del sujeto, y por eso decimos que es personal,
subjetivo, en ocasiones no lo podemos reconocer y por eso no
le damos credibilidad ni importancia. Es la persona que consulta
la que lo describe, lo delimita, lo colorea, le asigna una determinada
intensidad. Es suyo, lo construye dentro de sí y en determinado
momento lo extrae de su cuerpo y lo expone a nuestra consideración
y análisis. Y si bien es cierto que en ocasiones no lo
podemos ver, palpar, medir, tampoco lo debemos subvalorar, menospreciar
o negar. No podemos decir que ese paciente no tiene nada.
Desde siempre predomina el conocimiento clásico, objetivo,
científico, el que podemos mostrar-demostrar, en una
prueba de laboratorio o en una imagen diagnóstica. Y
ojalá siempre pudiéramos hacerlo para bien de
todos, para que todos viéramos lo mismo, y así
desaparecieran o disminuyeran tantos fantasmas que
pueblan nuestros mundos. Pero el ser humano es demasiado complejo
para que podamos lograrlo, por lo tanto seguiremos teniendo
muchas lagunas, muchos vacíos en el conocimiento de su
estructura, sentimientos y funcionamiento. Por esto siempre
debemos escuchar con atención su relato, pues en esa
narración puede estar la clave de lo que estamos buscando.
Pero las cosas vienen cambiando hace algunos años: esas
personas -ese médico y ese paciente-, como miembros de
la sociedad actual, sienten, piensan y actúan de manera
distinta a la habitual, a la tradicional. Y esos cambios suceden
de manera tan constante pero tan sutil que no los hemos percibido,
reconocido e interpretado suficientemente, a lo mejor por haber
sido absorbidos casi completamente por la lucha contra nuestro
enemigo natural -la enfermedad-, a la que siempre tratamos de
encontrar una causa, una explicación, un por qué-,
que en muchas ocasiones no hallamos. Pero, sin darnos por vencidos,
debemos aceptar que algo anda mal, aunque no lo hayamos podido
encontrar.
Afortunadamente, ya comenzamos a identificar, a valorar y a
tener en cuenta ese saber, esa experiencia que le permite a
una persona conocer (3). La población que recibe atención
en salud aumentó, está mejor informada, tiene
alguna idea de lo que pasa, interpreta, pregunta, espera respuestas,
reclama. La brecha existente entre la persona que recibe ayuda
y la que presta esa ayuda -entre usuario y agente de salud-,
disminuyó sin que pensemos que desaparecerá por
completo. Aunque las personas están ahora mejor informadas,
los profesionales de la salud siguen teniendo la mayor credibilidad
porque su conocimiento está sustentado en experiencias
demostradas. Y los profesionales aceptan que las sensaciones,
sentimientos, emociones e ideas de las personas que les consultan,
hacen parte fundamental del complejo proceso de enfermar.
Entonces el futuro puede ser promisorio: una persona va a relatar
sus molestias, malestares, preocupaciones, es decir, dar una
versión de los hechos a su manera a un profesional de
la salud que va a escuchar y tratar de interpretar los relatos
de esas personas que buscan su ayuda, sabiendo que, a pesar
de sus conocimientos, navega en un gran mar de incertidumbres.
Estos dos saberes, que ahora coexisten, pueden interactuar,
concertar, acordar formas conjuntas de entender e interpretar
lo que está sucediendo y buscarle la solución
más favorable para el bienestar del más necesitado.
Por eso con mayor frecuencia vemos artículos escritos
por profesionales de las ciencias sociales y de la salud (4,
5, 6), que consideran válido asegurar que el proceso
de lo que denominamos enfermedad puede muy bien buscarse en
los relatos que hacen los pacientes, sin que esto signifique
dejar de lado la labor del profesional que escucha e interpreta
el relato, examina el cuerpo de esa persona y lo complementa
con el análisis de exámenes para-clínicos.
Cada vez más autores consideran que la entrevista clínica
es un verdadero proceso de negociación entre sus dos
protagonistas con sus conocimientos y saberes, a los que se
debe agregar el entorno familiar, laboral y comunitario.
Bienvenido entonces el papel que cada persona debe asumir del
cuidado de su propia salud, buscando estar informado del tema
respectivo y discutirlo con el profesional, que actuará
entonces como un verdadero experto que promocionará la
salud y asesorará a esa persona en la prevención
de la enfermedad o en su tratamiento, sin olvidar que en ocasiones
su concepto de enfermedad no coincide con la conducta de enfermedad
de las personas que acuden en su ayuda. Pero que si buscan su
ayuda es precisamente porque algo no anda bien,
y ellos lo saben pues se trata de su propio cuerpo al que conocen,
con el cual han convivido y al que quieren preservar, conservar,
y ojalá mejorar.
Y son estos saberes y estas necesidades de responsabilizarse
del cuidado de su propio bienestar, además del derecho
que el Estado les reconoce de tener acceso a la atención
en salud, lo que lleva a las personas de una comunidad a constituir
asociaciones de usuarios, que además de velar por el
ejercicio de sus derechos y obligaciones, complementan y refuerzan
la acción de diferentes instituciones que les prestan
esos servicios. Por tanto, debemos estimular y apoyar la labor
de estas asociaciones que nos pueden facilitar labores nuestras
como las de promoción de la salud y prevención
de la enfermedad, lo mismo que la pronta y adecuada atención
en caso de sentirse enfermos 6
Referencias
1. Diccionario de Términos Científicos
y Técnicos McGraw-Hill. 1981, pág. 837.
2. Diccionario de uso del español. María Moliner,
1998.
3. An Introduction to Medical Phenomenology: I Can't Hear You
While I'm Listening. Richard J. Baron, M.D. In: Annals of Internal
Medicine. 1985; 103: 606-611.
4. Armstrong D. La opinión del paciente. En: Cuesta C,
editor. Salud y enfermedad: lecturas básicas en sociología
de la medicina. Universidad de Antioquia; 1999. p. 223 - 47.
5. Menéndez E. El punto de vista del actor: homogeneidad,
diferencia e historicidad. Relaciones. 1997; 69:237 - 70.
6. Mercado F. Enfermedad, cultura y sociedad: la identidad cultural
de las personas con diabetes del sector informal urbano. Cuadernos
médicos sociales. 1992; 61:49 - 61.
Nota: Esta columna es un aporte del Grupo Nacer, Salud Sexual
y Reproductiva. Línea de investigación Salud,
Cultura y Sociedad. Departamento de Obstetricia y Ginecología
- Facultad de Medicina - Universidad de Antioquia. |
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